martes, 16 de abril de 2013

Ética. Moral. Medicina. Política. Religión. Yo. Los demás.

Hace no mucho participé en un curso titulado "La mujer en el ordenamiento jurídico". Consistió en un paseo por aquellas leyes que la involucraban. Y ¡cómo no! Una de las principales, y que me leí de cabo a rabo, fue la tan famosa Ley del Aborto.

Hoy Alberto, mi Albertico Gallardón, sale en los medios para anunciar que esos preceptos serán modificados, hasta el punto de volver a la ley de Supuestos que hubo anteriormente a la actual.

Obviamente, diferentes asociaciones de mujeres, principalmente progresistas, han salido alzando su voz discrepante, junto con grupos políticos. Estos últimos afirmando que la vigente ley fue un consenso de la inmensa mayoría de la cámara, allá por la época en la que la iglesia hablaba pero solo era escuchada en sus templos.
Hoy, de nuevo fortalecida me imagino que por el actual gobierno, pide una reforma legislativa de aquel acuerdo.

A grandes rasgos, y por si no estás al tanto de cómo funciona, la ley actual da mayor potestad a la mujer para decidir, manteniéndose obviamente unos plazos médicos y morales máximos para actuar. No es necesario que se cumplan los viejos supuestos, por tanto, los factores sociales, económicos, psicológicos o familiares tienen cabida aquí.
Hay un plazo de tres días, llamados de reflexión, desde que a la mujer se la entrega una material informativo sobre el aborto, sus efectos, prestaciones por ser madre... es decir, información que la haga reflexionar en la teoría sobre la decisión a tomar, hasta que presenta a su médico su solicitud y deseo expreso de someterse a la interrupción del embarazo.

Y, dentro del sistema de bienestar al que veníamos estando acostumbrados, abortar pasa a ser una intervención asumida por el sistema nacional de salud, el cual garantiza, por ley, un soporte médico y económico que respalda a la mujer. Osease, no ha de pagar los alrededor de 500€ que cuesta actualmente practicarse un aborto por medios privados. Y se ahorra, si es que no puede pagarlo, ponerse en manos de cuasiprofesionales que se lo hagan más barato, con las consabidas consecuencias, a las que de seguro la iglesia y Gallardón harán oidos sordos. Porque su cuerpo les interesa, o "les pertenece" si tiene un óvulo fecundado dentro, sino deja de interesarles, ella y su destino, y a merced de quien quede.

Ni mi Albertico, ni la iglesia, se han percatado aún de dos cosas:
1. Si una mujer está decidida a abortar, seguramente lo hará, con su consentimiento y ayuda, o sin ella.
2. La tasa de abortos no ha aumentado a pesar de tener mayor accesibilidad a su práctica. Lo que neutraliza la creencia de que la mujer se va a lanzar a un sin sentido de efectos secundarios por el mero placer de tenerlo gratis.

¿Mi cuerpo es mío o suyo?
¿Mis problemas son míos o suyos?
¿En qué consiste la libertad individual entre tanta libertad colectiva?

El debate médico, el moral y el social dan cada uno de ellos para hablar y hartarse.

Pero una cosa está clara, donde se suprime un derecho no se elimina la necesidad de él.

1 comentario:

  1. Pues sí, como dice el periodista José Mª Izquierdo, ¿es posible que intenten imponer una ley, en la que sea Gallardón quien decida qué malformación puede tener un hijo y no su propia madre? Es aberrante.

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