viernes, 18 de julio de 2014

Una de dos

Has soñado conmigo.
Me has dicho: perdóname.
Sin embargo, eres tú la que ha de perdonarse.

Me pediste que aguantara hasta el día siguiente, 
que te esperara, 
y lo intenté, pero no pude más.
Las fuerzas se iban, y los ojos se cerraban.

Pero cuando estaba yéndome, te vi.
Allí de pie,
Sonriéndome y queriéndome como siempre hiciste,
Con tu perfecto amor imperfecto.

Perdónate. Y perdóname.
Es la mejor manera de seguir adelante.

Te acercaste a mi lado, y sentí que me cogías de la mano,
el último calor, tu beso estrujándome.
Hay muchas formas de estar, hija.
Da igual donde esté el cuerpo.
Por eso yo te traje junto a mi.
Para irme rodeada de los que me quisieron.

Perdónate. Yo nunca he necesitado hacerlo.
Porque me diste una vida entera y creíste quitarme la eternidad, 
pero no.

En el último instante te sonreí,
y entonces me quedé contigo.

Carta de una abuela a una nieta.
¿Qué importa cómo fue la historia real si el amor lo cambia todo?

Para mi tata, que lo inunda todo.
Gracias.

domingo, 6 de julio de 2014

Te estoy tejiendo un par de alas, hija mia.

El mundo de los niños es apasionante.
Y para muchos padres también enigmático.
Hace poco un conocido me decía que la mayor parte de los educadores improvisan, porque no nacieron con el título paterno o materno. Así que según se van dando las situaciones y los conflictos con los niños, van intentando solucionarlos como pueden.
Algunos lo saben hacer, otros lo intentan y otros han de pedir ayuda ajena.
La regla del éxito en ser padre no es una ecuación matemática.
Los niños son seres que van mudando sus conductas, sus costumbres, sus ideas y sus emociones, y a veces los padres no están preparados para adaptarse y saber actuar ante ese constante cambio.

Cuando yo hice la carrera tuve muchos profesores, y con ellos muchas asignaturas. Pero tuve uno en concreto.
Quizá el mejor profesional de la psicología del desarrollo que ha dado España, y uno de los mejores profesores que tuve. Por cómo nos formó en la materia y por cómo era como persona, bastante alejado de las ratas de laboratorio con las que compartía docencia.
Su nombre es Felix López, y te recomiendo, si te interesa el mundo del desarrollo de los niños y de las personas en general, que te leas alguno de sus libros.

En estos días yo me acuerdo mucho de él, porque mi sobrina de casi tres años comienza a defenderse de lo que considera injusto del mundo con las archiconocidas "rabietas".
Pesadilla oficial por votación popular para la mayoría de los padres.
Y mi hermano y mi cuñada lidian con ella, y de momento ganan ellos el combate.

Cuando Félix llegó un día a clase para enseñarnos cómo enfrentar las rabietas en niños, mi interés era mínimo, estaba más preocupada de volver a habitar mi cuerpo presente tras una noche muy larga que lo que tuviera que ver con niños que especialmente he de decir que nunca me preocupó.
Comenzó la clase.
Y cuando terminó, mis ojos estaban abiertos como dos oteadores.
 ¡Una clase alucinante que se había marcado el tío!

A día de hoy esa clase cobra todo su sentido, y sigue grabada a fuego en mi memoria.
Aquí te la dejo por si un día, como a mí hoy, te sirve.

Aproximadamente en torno a los dos años, coincidiendo con que ya echan a andar, los niños comienzan a encontrar una oposición fuerte a su espontaneidad en la autoridad paterna/materna, que por otro lado aparece por considerar ciertas conductas del niño como peligrosas o inadecuadas.
En este momento los niños, por su desarrollo moral natural, aun desconocen qué es eso de las normas y por tanto ellos encuentran ilógica esa autoridad del adulto.
Es aquí donde nos encontramos con las rabietas.
Para los padres son una respuesta exagerada e irracional del niño, y que además les lleva de cabeza.
Para el niño en cambio son la respuesta lógica a normas que no entienden y, por tanto, hay que verlas como reacciones inteligentes por su parte e intentar mantenerse firme y en calma ante ellas.

Ahora bien, que los padres o los educadores sepan gestionar esas rabietas en un inicio es fundamental en el desarrollo del crío, si pensamos en niñas y niños que llegados a la primera década de existencia son auténticas máquinas de histeria y cólera incontrolable porque no se supo marcar los límites al principio.

Porque saber llevar las rabietas es eso: poner límites al niño.
Y ahora viene la buena: ¿y cómo se hace eso?

El niño nos hace una petición.
Como la consideramos absurda o peligrosa (ejemplo: "quiere ir en el coche como los mayores, fuera de la sillita a la que el destino le ha condenado"),
lo que hacemos es no escuchar o ignorarlo con la esperanza de que se olvide de ello y desista.
Primer error. Hay que escucharle, e intentar en la medida de lo posible explicarle la situación. Para él es lo más lógico del mundo y hay que hacerle sentir escuchado.
Como no escuchamos, la rabieta se inicia.
Entonces, el adulto ahora sí, le niega el deseo.
La rabieta así, cual fuego artificial, cobra intensidad, espectacularidad y virtuosismo en el tiempo.
Los padres llegado este momento pueden optar por dos caminos:
 el primero, ceder a la petición ("para que me deje en paz y se calle, por dios que está mirando todo el mundo") y que se salga con la suya.
Segundo error. No hay que actuar con enfado, sino con calma (bonita teoría, más difícil la práctica, lo sé.)
 Y el segundo camino y el más importante, persistir en la decisión con independencia del griterío, lloros y pataleos.

Si optamos por la primera opción, el mensaje que le mandamos es el siguiente: Tú llora, patalea y grita durante un rato, que después yo te doy lo que quieres.
Es decir, ellos aprenden que actuando así conseguirán lo que quieren, no saben cuándo pero sí que lo lograrán.
Por tanto, con el tiempo los educadores hemos dotado al niño de una forma de ser rabiosa como medio para conseguir las cosas y que, con bastante probabilidad, se prolongará y afianzará durante su infancia y adolescencia.

Si por el contrario, optamos por la segunda opción, somos resistentes frente a la situación y continuamos con nuestro NO (es importante que sea temprano, y no esperar mucho tiempo a que la pataleta esté ya muy avanzada),
la rabieta tarde o temprano desaparecerá, y el mensaje que le mandaremos al niño será: Llora, patalea y grita que de esta manera no vas a lograrlo.
Como ejemplo de forma de solucionar las cosas, le podemos decir: Veo que estás muy enfadado, cuando se te pase avísame y lo hablamos.

Y esa será la base sobre la que el niño en un futuro, cuando posea los recursos personales para ello, construya una forma alternativa de alcanzar sus objetivos.

Gracias a Félix por esta clase.