jueves, 19 de marzo de 2015

Pare

Escúchame hoy que estamos los dos aquí. Yo de este lado y tú de ese.
Escúchame ahora que aun podemos decirnos las cosas claras, que hoy tú lees y yo escribo.
Escúchame porque lo que tengo que decirte es breve, y sale de mí, de lo más profundo, de allá donde tú sembraste generosamente lo que yo hoy recojo con alegría.

Has sido mi guía y mi luz cuando por mi misma no encontraba el camino.
Y mi mejor faro pero también mi mayor crítico.
Pero sobre todo mi mejor faro.

Me has enseñado a amar la música con este catalán. Contigo aprendí que no hace falta entender lo que dice para valorar lo que es.
Algunas veces nos hemos equivocado, pero entendí al fin que nadie se libra de eso, y que lo importante es lo que nos terminó uniendo y no lo que nos separaba.
A estas alturas todas las heridas están sanadas, solo hay gratitud y momentos compartidos.
Los dos somos así, y nos queremos. Esa ha sido quizá la mayor lección, posiblemente sin saberlo, que me has dado.
Aceptar al otro.
Aunque como sea a veces no nos convenga.

Te observo de reojo y sé que ya miras a lo inevitable de frente. Y yo intento mirar en la misma dirección para que te sientas valiente. Para que sientas que quiero aferrarte a la eternidad, aunque los dos sepamos que esa es una de aquellas utopías que ambos soñábamos perseguir, hasta que se haga al monte y no podamos evitarlo.

Me siento afortunada de que fueras tú, y no otro, el que conquistó mi corazón, lo llenó de colores y ganas de vivir.
Mis ojos en tus ojos, y quizá mi genio en el tuyo.
Hay tanto amor entre los dos, mágico, inmenso, trabajado. De caernos, de rechazarnos, de aprehendernos.
Hay tanto amor de viajes compartidos, de enseñanzas recibidas, de arena dejada atrás.

Sí.
Ahora es tiempo de aprovecharte. De mirarte y memorizarte. De alargarte y quererte.
Es tiempo de que ambos sepamos que lo más valioso lo tenemos: el tiempo, a ti y a mi.

Hoy te digo gracias.
Te digo siempre.
Te digo dale volumen, padre.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Adulto en construcción: bastante tengo

"Soy adolescente, eso me convierte en un taller complicado"
Eso me decía hoy una chica de trece años que participa en uno de los talleres que estoy dando en un instituto cercano a mi casa.
Y tiene razón.
Los adolescentes son adultos en construcción o niños desarrollados.
Pero no han llegado aún a su destino final, y por eso demuestran tal inseguridad.
Por no tener algo a lo que anclarse y, en cambio, tener que seguir caminando.

El otro día una madre me preguntaba qué hacer con su hija.
Refunfuña en casa, nada de lo que la madre la dice la sirve para nada, se aísla en la habitación y no se relaciona con la familia...
Y yo la respondí que bienvenida a la adolescencia. Una varicela que tarde o temprano, en mayor o menor medida, hay que pasar.
También la dije que esa niña estaba buscando su identidad, y para ello se diferenciaba de todo lo que su madre la pudiera decir como forma de independencia necesaria.
Para ellos ahora son más importantes sus amigos y compañeros de instituto que sus padres, fuente de conflictos.
Se le quedó la mirada ojiplática y seguramente pensó: Esta psicóloga no me sirve, buscaré a otra.
Quizá lo que esta buena señora esperaba es que yo la dijera: Ay por dios, qué hecatombe, qué hija más desagradecida, qué mal se porta. No te preocupes, que ahora mismo te preparo yo una receta contra la edad del pavo que verás qué bien te va. Tú haces esto, aquello y esto otro y verás que va a pasar esta etapa que no te vas a enterar.

Pues no.

La adolescencia hay que pasarla como padres, y padecerla como chaval o chavala.
No queda de otra.
Y muchas veces los padres se desmoralizan pensando que nada de lo que hacen cala en sus hijos, pero no es verdad.
Si tienen paciencia, son firmes y permanecen en un segundo plano intentando comprender, sin dejar de marcar límites, pero queriendo mucho a sus hijos, quizá más pronto de lo que ellos creen, el pavo habrá abandonado la casa, al estilo Gran Hermano.

Estos días comparto espacio, y a veces opiniones, con profesores desmoralizados y que a veces también pierden su propia salud porque les resulta demasiado costoso lidiar cada día con todas esas hormonas andantes.
Y yo les doy la razón en parte.
Cuando se quejan diciendo que estos chicos desprecian al otro, que no tienen aprecio a nada, que les da igual suspender que aprobar, que todo les importa un pepino.
Tienen razón...en parte.

Rompen puertas, se pegan entre ellos, se acosan como diversión, corren, saltan por encima de mesas, y así millones de formas de actuar que colman la paciencia del más Job.

Sin embargo, si te paras un segundo y les miras de cerca, te das cuenta de que no son muy diferentes a nosotros.
Sólo tienen un poco más de confusión y un poco menos de autocontrol.
Si les miras de cerca, ves el mismo miedo que tenías tú,
la misma incertidumbre de quien no termina de identificarse en un cuerpo que va mutando a pasos agigantados
... y también los mismos errores que los demás cometimos entonces.

Si traspasas esa fachada a la que a veces se aferran tanto y que no es más que una tabla de salvación para ellos,
ves que intentan encontrar su lugar con los recursos defectuosos que poseen.
Que la inmadurez natural de su edad trae inevitablemente carencias y que sin embargo les exigimos que no las tengan.
Que cuando te dicen que pasan de todo, realmente te pueden estar diciendo que no saben lo que querer ni cómo quererlo.
Y que el menos participativo de la clase adereza las orejas cuando les dices que el hecho de suspender no significa que no valgan.. sus derrotas cuentan por miles en muchos de esos chavales y han perdido la confianza en si mismos.

Y nosotros los adultos, que supuestamente sí somos los maduros, cuando llevamos un tiempo intentando que sean esos chavales los que se suban a nuestra azotea, porque desde aquí la vista es más clara, la vida tiene más sentido y el estudiar es el paraíso,
nos olvidamos de que somos nosotros los que debemos bajar a la suya, a echarles una mano con tanta inseguridad, tanta ausencia de voluntad, tanto blanco o negro sin opción a arcoíris, y tantas mal-formas de comportarse que guardan a su vez tanta maraña de sentimientos.

Tanto embrollo que ellos, por si mismos, no son capaces de desenredar, al menos no por ahora.

Y al final lo que están pidiendo aunque no sepan cómo pedirlo, es lo mismo que pedimos los demás.
Una pizca de comprensión,
una pizca de paciencia
y que les aceptemos como son
para ver si de por esas pueden encontrar una guía que les alumbre el camino.