viernes, 25 de enero de 2013

Mi casita junto al mar

Yo tengo dos casitas. Como Noa (www.lasdoscasitasdenoa.blogspot.com)

Una. En el ombligo de la montaña. Gigante. Con personas que me quieren. Con el espíritu de los que se fueron pero no quieren abandonarla.
Y desde ella veo la bahía y el mar a lo lejos, desde hace más de veinte años. Y conozco todas las tinturas posibles que cobra. Embravecido, en calma, de noche, de verano, y muchas veces silencioso.

Recorro esa casa y veo las marcas de guerras pasadas. Momentos vividos, millones.
Huele a mis recuerdos. Cierro los ojos y en ella oigo antiguas risas, lloros, gritos, y también silencios.
Vivo en ella, y convivo también. Con mis padres. A veces con mi abuelo. Que me enseña mucho de la vida. El último mohicano.
Otros decidieron irse y construir un nuevo presente. Crecieron conmigo, y hay días que aun les veo revolotear por casa. Pegándonos por la tele. Llorando en trío al morir nuestro perro. Compartiendo secretos. O agarrándonos a pelo vivo con la escoba de mi madre por medio.


Y luego está la otra. Pequeña. Tranquila. Juega con las olas del mar tanto que casi pueden tocarla.
Tiene ventanas blancas a través de las que veo islas y olas. Horizontes y faros.
En ella solo estoy yo. Y a veces un alma que ha aprendido a ser libre, y que me acompaña.

Es joven, apenas tiene recuerdos. Pero tiene magia. Es mi otra vida. La que comienza. La que está por escribir. Por luchar. Por disfrutar.
Me cuesta visitarla. Pero también levar anclas después.
Ella sabe que aun estoy a medio camino entre el mar y la montaña. Y aguarda. Como los buenos.

Mi abuelo me amenaza. Me dice: El día que abandones la montaña, no cuentes conmigo.
Pero hay otras que vacilante me pregunta si quiero que estemos los dos junto al mar.
Yo me río. Y miro hacia la bahía. En algún momento he de dar el paso.

Raíces y alas. Una o la otra.
Mientras los que me quieren callan. Expectantes. Sabiendo que el momento llegará.

Pero hoy no. Hoy regreso a la montaña de nuevo.
Y quizá un día encuentre la fórmula. Y no sea una o la otra.
Sino
una
              Y
                        la
                                        otra.

viernes, 18 de enero de 2013

El día 29

Hace un año. ¿Lo recuerdas?
Eras vida. Y tu pequeño respiraba de tu energía.
Te sumergías en el mar como quien desea fundirse con su elemento.
Reías. Y me decías "Lole, quiero ser libre. De lo que me oprime. De estas piedras en el camino que no elegí."
Y gritabas al aire. Rebelde. En una lucha continua entre quien eras y quien querías ser. No llegaste a encontrar el equilibrio, creo.
Pero luchabas. Incansablemente.

Sin embargo, parece como si el destino ya tuviera elegidas sus dianas favoritas, y sobre ellas mandase todas sus flechas.

El día 29, tu faro, tu anclaje en este mundo, la fuerza de tu corazón se fue en un accidente.
Y con él cualquier esperanza de devolverte al mundo de colores.
Blanco y negro. Gris. Ese es el color que elegiste desde entonces. O el que te tocó, no lo sé muy bien.

Yo te observo. Crees que la gente te ha abandonado. Pero no. Te dejan ser. Te dejan elegir el momento de tu vuelta a este mundo. En el que todavía estás. Sí amiga mía, tú no te fuiste con él. Aunque sé que lo hubieses deseado. No era tu momento. Maktub. A ti te toca vivir. Y no solo vivir, sino supervivir.
Por él, que lo hacía.
Por tu pequeño, que de seguro te lo pedirá tarde o temprano.
Pero sobre todo por ti. Porque tu corazón siempre lo quiso. Porque nunca te rendiste a lo malo que te ocurrió. Porque en tus ojos se adivina aun la fuerza. Sí. Porque eres fuerte, aunque a veces no lo sepas.

Vuelve con nosotros.
Vuelve conmigo. Que te echo de menos.
Vuelve a ti. Él así lo habría querido.. Él así lo quiere desde donde está, a tu lado.

Un año.
Te acompaño.
Te abrazo.
Te quiero. Y te espero.
No importa lo que tardes.

sábado, 12 de enero de 2013

Carta de una madre. Magia

Hace días encontré la siguiente carta por casualidad. Me encantó. La convertí en una botella al mar y se la hice llegar a los abuelos con los que trabajo. Muchos se quejan del olvido y la indiferencia a los que les han condenado sus hijos, nietos..

A día de hoy, esa botella al mar viaja a océanos aun más lejanos. Trabajadores. Familias. Visitantes. Se acercan a mí y me cuentan de su emoción al leerla. Hijos de residentes que padecen lo mismo a su vez con sus hijos.
Y ahí está el milagro.
Ayer un familiar me preguntó: ¿Tú crees que esa carta conseguirá algo?

Creo que puede hacerlo.
Creo que cuando las palabras mueven sentimientos, el cambio ya se está dando.
Creo que el milagro surge en el momento en el que la ilusión de una abuela es que se la lea una y otra vez porque ella ya no puede ver.
Sí, milagros ocurren todos los días. Aunque lo malo que nos rodea pretenda cegarnos.

Ahí queda la causante de todo lo bueno.

"Mi querida hija, el día que me veas vieja, te pido... por favor que tengas paciencia, pero sobre todo trata de entenderme. Si cuando hablamos, repito lo mismo mil veces, no me interrumpas para decirme “eso ya me lo contaste” solamente escúchame por favor. Y recuerda los tiempos en que eras niña y yo te leía la misma historia, noche tras noche hasta que te quedabas dormida. Cuando no me quiera bañar, no me regañes y por favor no trates de avergonzarme, solamente recuerda las veces que yo tuve que perseguirte con miles de excusas para que te bañaras cuando eras niña. Cuando veas mi ignorancia ante la nueva tecnología, dame el tiempo necesario para aprender, y por favor no hagas esos ojos ni esas caras de desesperada. Recuerda mi querida, que yo te enseñé a hacer muchas cosas como comer apropiadamente, vestirte y peinarte por ti misma y como confrontar y lidiar con la vida. El día que notes que me estoy volviendo vieja, por favor, ten paciencia conmigo y sobre todo trata de entenderme. Si ocasionalmente pierdo la memoria o el hilo de la conversación, dame el tiempo necesario para recordar y si no puedo, no te pongas nerviosa, impaciente o arrogante. Solamente ten presente en tu corazón que lo más importante para mí es estar contigo y que me escuches. Y cuando mis cansadas y viejas piernas, no me dejen caminar como antes, dame tu mano, de la misma manera que yo te las ofrecí cuando diste tus primero pasos. Cuando estos días vengan, no te debes sentir triste o incompetente de verme así, sólo te pido que estés conmigo, que trates de entenderme y ayudarme mientras llego al final de mi vida con amor. Y con gran cariño por el regalo de tiempo y vida, que tuvimos la dicha de compartir juntas, te lo agradeceré. Con una enorme sonrisa y con el inmenso amor que siempre te he tenido, sólo quiero decirte que te amo, mi querida hija .♥"