lunes, 2 de julio de 2018

Satélites

Hace rato vengo pensando (será que tengo tiempo, suertuda yo) que el virus del "Ya nos veremos" nos está contagiando la vida sin remisión.
Si no es porque alguien me lo cuenta es porque lo leo, pero cada vez con más frecuencia oigo quejas sobre ese fenómeno que consiste en que, aunque parezca que estamos rodeados de gente, porque realmente hay personitas pululando por ahí, cual satélites, a la hora de la verdad las prisas, las rutinas, las ocupaciones varias, etc. te van llevando en volandas a través del tiempo sin verte con tanta y tanta gente.
Si no es tu caso, enhorabuena, virus inoculado.
 
Es raro que en una conversación la gente ya de entrada concretemos el día y la hora cuando se quiere quedar, más bien usamos respuestas del tipo:
cuando tú quieras,
claro que podemos quedar,
ya lo vamos hablando,
veo a ver cómo lo tengo,
ya te llamo.
Y la más famosa en estos tiempos, y mi favorita: ya abrimos un grupo de whatsapp para ponernos de acuerdo.
Y al final, lo que podría haber sido una declaración de intenciones escueta se convierte en una procrastinación en toda regla que nos deja la vida social hueca.
Y así pasa el tiempo.
Y cuando una se para a pensar, se da cuenta de cuántas sobremesas sin café no aprovechamos, cuántos desayunos a solas el fin de semana que podrían ser compartidos, cuántos minutos que ya no sabemos usar si no se programan, agendan, organizan.
Pero que rara vez improvisamos sin más.
 
¿Qué fue de las formulas espontáneas?
Estoy por tu barrio, ¿me invitas a un café?
¿Me acerco y nos tomamos una cerve?
Oye, aunque estés en bata de casa, ábreme que en cinco minutos llego.
En una hora en la cafetería Tato, sin excusas.
 
¿Qué ha pasado con nuestra naturalidad?
Echo de menos cuando la vida era más natural y menos compleja, cuando no hacía falta mirar el reloj porque no teníamos otro quehacer pegado al culo.
Me gustaba cuando no costaba tanto verse, cuando éramos satélites que constantemente se tocaban, se enlazaban o chocaban. Cuando no andábamos así, así de solos por el cosmos, por ese espacio tiempo por el que ahora parece que nos conformamos con vernos de lejos, por ratitos, y a chispazos.
 
Y sin embargo, cuando se logra, cuando esos satélites entran en la misma órbita, qué buenos son esos instantes de risas, de confidencias, de hablar al pedo. De una buena comida, o una copa.
Qué de acuerdo con la vida se encuentra una cuando se mira en otros ojos amigos, cuando los abrazos atrapan, y las horas vuelan.
Cuando nos ponemos al día o tenemos la sensación, qué suerte, de que el tiempo no ha pasado, y seguimos siendo los mismos y las mismas.
Con nuestras locuras, contradicciones, miedos y momentos valientes.
 
Echo de menos cuando solo hacía falta un banco en un parque, dos personas con ganas de verse, y una vida sencilla.