viernes, 27 de febrero de 2015

Me avergüenzo de vosotras

Escucho en las noticias que los canticos que hace unos días se daban en un campo de fútbol de apología de la violencia machista han sido examinados y se han detectado voces de hombres no solo, también de mujeres.
Y yo, que últimamente no escribo mucho, me he sentido indignada, avergonzada y decepcionada de esas voces femeninas y me he lanzado al teclado como alma que lleva el diablo.

¿Cómo es posible que todavía la palabra "puta" salga por la boca de una mujer?
¿Cómo es posible que después de tanta lucha de tantas mujeres todavía haya tantas otras con miras tan cortas?
¿Cómo es posible que las mujeres sigamos perpetuando y apoyando la misma soga que ronda nuestros cuellos?
¿Qué nos ocurre dentro cuando no solo no logramos desterrar el machismo de la educación en la familia sino que también somos en ocasiones su mayor y más fiel estandarte?

Me avergüenzo de ellas. Pero también me dan lástima, por poseer valores de inferioridad que las llevan hasta el punto de claudicar en algo así. Me dan lástima por no ser capaces de quitarse el lastre de la mediocridad y mostrar actitudes y comportamientos más dignos.

Y en general me da coraje pensar que somos nosotras mismas las que no luchamos en la misma dirección, las que vemos a nuestra hija diferente de nuestro hijo, y así les seguimos tratando.

Por favor, el gen de la cocina, el gen del hogar, el gen del desarrollo profesional, de la independencia, de la sensibilidad, y/o de la fuerza y tantos otros NO EXISTEN. No hay tal predeterminación biológica, es totalmente cultural,
y "cultural" es una invención mía, tuya, de ellas y de ellos.
Lo cultural son papeles que nos tocaron en el teatro de la vida, y que desempeñamos como si nos definieran, pero igual que hoy existen
mañana dejan de existir,
y nos convertimos en otros personajes,
con otras ideas, otros objetivos y otra vida,
con nuevas obligaciones pero también nuevos derechos,
si queremos.

Hemos creado diferencias donde no hay diferenciación, y las perpetuamos.
Las jóvenes siguen pensando que ellas son inferiores, que sus conductas a veces enfadan a sus chicos y que se merecen lo que las hagan, que ellas tienen que cuidar a sus padres porque ellos (sus hermanos)no tienen el gen del cuidado.

Me río.
Y descubro el gran misterio.
No saben, porque no se les enseña.
Igual que a mí nadie me enseñó a construir un puente y por tanto no sé hacerlo, porque fui a la facultad de psicología y no a la de ingeniería.
Pero si alguien me enseñara, me instruyera, lo lograría, ya te digo yo que lo lograría. No hay límites cuando uno quiere.

Seguimos lastrando nuestras vidas con creencias arcaicas, despreciables y dogmáticas que nada tienen que ver con la verdadera naturaleza de lo femenino y lo masculino.

Y las madres, y nosotras, seguimos sin ser capaces de pensar diferente y educar diferente.
Seguimos sin creer en la igualdad real y por eso no la cultivamos. Seguimos teniendo el yugo de la ilógica creencia de que ellos son más, de que ellos merecen más de nosotras, y de que nosotras les debemos más a ellos.

Porque una cosa es pensar en la igualdad y otra muy distinta y complicada es practicarla.
Esa lleva mucho reseteo en nuestros hábitos, en nuestras maneras de pensar,
mucho trabajo sobre nuestra filosofía de vida para cambiarla.
Lo cual parece que, al menos de momento, a las mujeres como colectivo no nos compensa si requiere tanto esfuerzo.

Somos iguales, señoras y señores.
Comiencen a repetirse esa frase hasta que se la crean, hasta que les haya inundado la mente y la vida.
Somos iguales. Mismos derechos y mismos deberes.
Somos iguales.
Y no me sean paletos.
Las putas y los putos hace rato que dejaron de existir.